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domingo, 12 de diciembre de 2010

ROCÍO: MUJERES DE MADRID.

Lo primero que hizo Rocío al entrar en la galería fue buscar a Albert.


Echo un rápido vistazo, no le encontraba, entre tanta gente. Aquello era enorme, las paredes tan blancas, contrastaban con el colorido de los cuadros.
Los techos eran increíblemente altos, decorados con grandes grabados y enormes lámparas todas ellas de cristales que dibujaban en el suelo y paredes diminutos circulitos de colores reflejados por la luz, todo en conjunto daba una placentera sensación de amplitud, acompañado además por unos suelos extremadamente brillantes de mármol blanco roto.


Rocío paseaba observando los cuadros de otros artistas, algunos conocidos otros no tanto. Absorta con tanta belleza disfrutaba del talento arrollador de su gran amigo Albert, que en esa ocasión exponía con ella.
Su arte tan peculiar como él, nacía de sus manos con tanta facilidad como se bebe el agua.
Esas pinceladas sueltas, abstractas, extrañas, se debatían entre la diversidad y la sencillez, resultando ser para el observador una  elegante obra de arte.
Volvió a buscarle entre la multitud, allí estaba hablando alocadamente con un grupo de personas que le escuchaban abobados.
Su sombrero blanco y negro resaltaba entre todos, Rocío se pregunto como no le vio antes.
Los pantalones de cuadros de Dolce Gabbana que llevaba, le sentaban bien, a juego con la camisa negra ajustada que le marcaba sus pectorales de gimnasio. Estaba hecho un pincel.


Rocío se acerco a él, la perilla le favorecía mucho, haciéndole aún más atractivo.
Albert la vio acercarse, su sonrisa iluminó la galería, se deshizo del grupo y fue a su encuentro.
Albert le dio un abrazo tan fuerte que casi le rompe una costilla.
- Quita que no me dejas respirar!!
- Estás increíble. Esa gabardina que llevas me encanta, encima hace juego con tus botas. Estás que rompes!!
- Tu también, tenía ganas de volver a verte.


Albert le dio otro apretón esta vez no tan fuerte, que Rocío recibió de buena gana. La colonia de Boss, era la misma de siempre y el aroma se le introdujo en su cabeza buscando recuerdos olvidados, dibujando en su boca, espachurrada contra el hombre de Albert, una sonrisa, instalándose en el hueco reservado a la nostalgia de su cerebro.
- Cuéntame que tal el viaje.
- Bien. A mi jet privado no le falta de nada.
Los dos rieron.
- Estás cansada?
- La verdad es que sí, el avión llevaba horas de retraso, hemos estado cuatro horas en el aeropuerto esperando a que llegara, ha sido agotador.
- Bueno ya estás aquí. Quiero presentarte a alguien.


Albert y Rocío caminaron cogidos del brazo, hablando como dos cotorras por el camino hasta donde le llevaba él.
Un camarero les ofreció dos copas de vino, que cogieron con gusto.
Esas botas que tanto le gustaban a Albert la estaban matando, pocas veces se pone esos taconazos y rezaba por que llegara la hora de quitárselas.
- Hola Pierre. Te presento a mi buena amiga Rocío.
- Hola Rocío, Albert me ha hablado tanto de ti que parece que te conozco de toda la vida.
- Encantada.
- Lo mismo digo.
- Pierre es un galerista muy conocido en todo el mundo. Ha visto tus obras y le encantan. Le he comentado que tienes una galería en Madrid con mucho éxito en la que también expones tu.
- Tu arte es increíble. 
- Es fácil para mi, tengo el don que heredé de mi padre. Intento hacer lo que me dicta el corazón y lo consigo. Gracias, me siento alagada.
- Albert me ha contado muchas cosas de ti, eres buena con los negocios y necesito en mi equipo alguien como tú, además de tu talento.
- De que se trata, me tienes intrigada.
- Quiero abrir una galería en París, solo y exclusivamente de mujeres, artistas femeninas, de todas las nacionalidades. No han de ser conocidas todas tiene que ser la primera vez que expongan.
- Es algo arriesgado. No?
- Quizás, pero me gusta el riesgo, aventurarme y casi siempre me sale bien, por no decir siempre.
- Que piensas sacar de todo ello.
- Simplemente quiero ayudar, económicamente no quiero nada. Ahora, si algo sale, será bien venido.
- Y yo que pinto en todo esto. Nunca mejor dicho.
Todos rieron.
- Necesito que lo lleves tú. Con la ayuda de mi equipo. Que te parece?
- Puedo pensarlo, es en París tendría que mudarme unos meses allí.
- No te preocupes por nada yo me ocupo de eso. 
Rocío miró a Albert  de reojo, que no dejaba de sonreír a Pierre, enseñando las fundas de sus dientes, tan blancas como la nieve. 
- Nos disculpas.
- Como no.
Rocío estaba nerviosa quería hacerlo pero la distancia... su galería... tenía que dejarlo todo unos cuantos meses, bastantes meses. 
Y Juan, debería contar con él antes de decidir nada. Estaba hecha un lío y Albert no le ayudaba mucho, seguro que solo pensaba en acostarse con Pierre.

En el mismo instante en el que iba a hablar con Albert, sonó el teléfono. Rocío estaba contenta por la propuesta de Pierre. le latía el corazón a mil por hora, era el momento de contárselo a Juan. El le ayudaría a decidir, seguro que la apoyaba en esto. 
Miró el teléfono, número desconocido. Que raro, pensó. 
Antes de contestar, le dio un vuelco el corazón. 
Le sobrevino una extraña sensación, algo no iba bien...



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